Hará unos ocho años
empecé a practicar algo llamado Parkour.
Se desarrolla
esencialmente en la calle, por lo que el espacio urbano ha ido obteniendo
nuevos significados para mí: inicialmente no era más que un lugar de tránsito,
el lugar de inevitable vínculo y paso del punto en el que estaba hasta el que
me dirigía, un lugar a mi entender por entonces, carente de mucho interés. Veía
a los demás transeúntes desplazarse de un sitio a otro, al igual que yo, sin
hacer caso al proceso interactivo que podía o no formarse, mi relación con el
espacio intermedio se acababa ahí.
Mi percepción del
espacio urbano se ensanchaba cada día que pasaba en él: texturas, luces y
sombras, alturas y vacíos, disposición del mobiliario urbano, interacción de
una gente con otra, de un elemento con otro, etc. Observaba (y observo aun
hoy) en ocasiones desde puntos elevados, a veces relativamente escondidos e inaccesibles,
gracias a la libertad que da pasar por donde se quiere, de llegar hasta donde
se puede.
Soy testigo mudo del
paso de las personas de un lugar a otro, a mayor o menor velocidad, de las
diferentes historias implícitas en sus rostros y expresiones corporales: hay
quién entiende lo que le rodea, que comparte mi medio, otros no paran atención,
siguen en sus canales cerrados de comunicación, no ven más allá de sí mismos y
su llegada al siguiente destino.
El estatus de
observador neutral queda en entredicho cuándo soy detectado, cuándo alguien cae
en que una altura más o menos elevada no es el sitio correspondiente por donde
debe pasar una persona, entonces todos los protocolos de comunicación cambian,
supone un estímulo demasiado fuerte: advertencias, preocupaciones, amenazas,
elogios, dudas… la mayoría de reacciones reflejan miedo o curiosidad, otras
muchas solo fugaces gestos evidentes de indiferencia.
El tiempo ha
permitido tomar el pulso, ver la evolución de los mismos espacios y sumar de
nuevos. Yo veía a todas esas personas en todos esos espacios, todo dinámico y
mutable y no podía guardar esas imágenes impresas en mi
retina, debían ser capturadas.
La calle como
espacio real está delimitada por la frontera a partir de la cual empiezan a
elevarse las edificaciones o divisiones y alberga en un espacio relativamente
reducido diversas realidades temporales paralelas que se desarrollan y se
suceden inmediatamente todas a la vez. La suma de las acciones y
acontecimientos que se ejecutan en este "escenario" y en sus
distintos tiempos, podrían definirse como "la interactividad" dado su
carácter comunicativo.
Estableciendo una
comparativa, podríamos plantear que cada uno de los habitantes de una ciudad
supone un bit -una unidad de información- en un gran sistema operativo (que es
el conjunto total de calles) y que todo aquello que puede sentir por medio de los
sentidos o con lo que puede interactuar, ya sean seres vivos u objetos,
conforma una realidad -común-, la interpretación que genere de la información
recibida es pues su propia realidad-individual-. La realidad común es
totalmente dinámica y está supeditada a las acciones y caprichos de las
realidades individuales, pero está limitada por el espacio físico y sus
elementos. No obstante esta realidad nace fuera del espacio común, en el
personal.
Nuestra posición en
el espacio urbano raramente nos permite observar y comprender más de una de
estas realidades, limitando en mayor o menor medida la cantidad y calidad de
información que nos llega . A esto se le ha de sumar la capacidad más o menos
eficiente -por medio de los sentidos y los conocimientos necesarios,
"hardware y software" en función de las condiciones que le rodeen y
los estados de ánimo en los que se pueda encontrar- que tenga un individuo para
interpretar o leer el espacio, los acontecimientos y la información contenida
en ellos.
En resumen,
conjuntos de individuos transitan en tiempos distintos por un mismo espacio,
haciendo que se cree un continuo de acontecimientos únicos e irrepetibles. Aquí
la cámara actúa como un seleccionador de fragmentos de dichas realidades,
partes de un todo fácilmente asimilables, instantes precisos en el tiempo y el
espacio que estoy acostumbrado a transitar, porciones de diversas realidades
individuales en un mismo espacio común, que en conjunto constituyen la visión
de la realidad común desde la mía individual, mi realidad urbana, tan cierta
como la de cualquiera en cualquier tiempo, mi realidad alternativa, mi ciudad y
de quien la forma. Cada vez que recortamos la realidad, no solo con el encuadre
fotográfico, sino con nuestra propia visión y con su procesamiento, creamos
realidades paralelas propias.
Y en la mía se hallan
"il·lustres Manresans".