La
pesca del Galan empieza pronto, aun le envuelve la oscuridad. A medida
que pierde de vista Barcelona, con su multitud de pequeñas luces, ve
aparecer sobre el horizonte antes negro como el infinito espacio, el
sol, brillante, potente, que le marca el inicio de un nuevo día de
trabajo. El rugido de su motor se hace insoportable al principio, pero
el tiempo lo acaba haciendo pasar desapercibido.
Antes
de empezar a trabajar, un café sin azúcar en una taza de metal,
croissants de bolsa y una pequeña e improbable siesta, dado el intenso
ruido y la vibración.
El
Galan es un barco de arrastre, su red barre el fondo y saca de él todo
lo vivo y lo inerte que pueda haber: peces de todo tipo y tamaño,
botellas, plásticos, estrellas de mar... Se mece de un lado a otro aun
con la mar casi plana, el día es tranquilo y le acompañan gaviotas todo
el tiempo, pegadas a la popa. Cuál banquete flotante, algunos alcatraces
se sumergen hasta la red y consiguen pescar algún pez atrapado en ella,
la tensa tranquilidad entre ambas especies de aves se torna competición
y enfrentamiento, hasta que la grúa levanta la trampa llena de capturas
y los marineros la vacían sobre la cubierta. Uno a uno seleccionan el
pescado por especies en diferentes cajas de plástico, previamente
habiendo echado la red de nuevo al mar. Este proceso se repite unas
cuatro veces en la larga jornada de doce horas.
Pausa
para comer, tortilla rápida en movimiento de balanceo continuo, un par
de barras de pan, cigarrillo y de nuevo café metálico.
Vuelta a empezar.
Al
llegar a puerto, se afanan en limpiar y recoger todo rápido, en contar y
enviar el pescado a la lonja y preparar la embarcación para el día
siguiente, son las cinco y media de la tarde. En otras doce horas de
vuelta a la mar.